El miércoles 29 preparé los bártulos y me tomé el bus que va a A Coruña, bajando en Santiago de Compostela: mi primer parada en España. Al bajar, un flaco con marcado acento argentino se me acerca a hablar, Juan, con él nos fuimos caminando al hostel que debía estar a 150 metros de la estación de bus, pero resultó estar a un par de kilómetros. Mala suerte, nos pusimos a caminar y entramos a Santiago como dos peregrinos, por el camino que hacen los peregrinos. La ciudad es muy pintoresca, con las típicas calles angostas y edificios muy antiguos; pero con una diferencia: ¡hay una iglesia en cada esquina! Realmente Santiago resulta un poco intimidante para el hereje promedio.

El único hostel de la ciudad —todos los peregrinos se alojan en los alojamientos de peregrinos, más al estilo de hostales— es Meiga hostel, Fonte de Santo Antonio, 25. Meiga resultó ser bastante careta, con horario de cierre de la cocina y de la sala de estar y ¡horario de corte del agua caliente! Además de ser tan ratas como para no poner ni un microondas para calentar el café o un jabón para lavarte las manos y cobrarte por los lockers o por cuidarte las mochilas. De internet, ni hablar, por supuesto. Por suerte encontré un barcito atendido por un argentino con wifi gratis y buena música: Bar Platerías, Rúa de Fonseca esquina Rúa de Raíña.

Al llegar al hostel me encontré con Jun, un malayo que había conocido en Porto, y que reside en Londres. Con él y Juan nos fuimos a buscar comida, terminamos en un restaurante de bastante mala pinta que servía muy buena comida. Comimos pulpo a la gallega, mejillones y chorizo al vino, acompañando con ribeiro, un vino blanco local. (O gato negro, por la Rúa da Raíña.) Luego fuimos a un bar a tomar una queimada, cosa que no podía dejar de hacer estando en Galicia. Fue una linda experiencia, con conxuro y todo, aunque bastante turístico.

El jueves salí a caminar, haciendo un recorrido propuesto por el mapa de la oficina de turismo. Medio largo y embolante, pero igual disfrutable. Fui al Museo do Pobo Galego, que está bastante bien, aunque muy pensado para ir en plan escolar. Lo más notorio del museo es una escalera triple en caracol que es muy llamativa (próximamente fotos). Visité la catedral y evité el resto de las iglesias. Probé la tarta de Santiago, que es muy rica y otros dulces que me dieron a probar por ahí. A la nochecita me acomodé en el bar a trabajar: es una buena oficina alternativa, tomando una cerveza, comiendo una ración de empanada y fumando mi pipa. A la noche salimos a tomar unas copas con unos australianos, y cuando les conté de la queimada quisieron probarla, así que me tocó una segunda ronda.

El viernes a la mañana volví a armar la mochila, pero el bus que me servía no salía hasta las 4, así que quedé dando vueltas por la ciudad con la mochilota. Tuve la mala suerte de ir al bar más lento de occidente, donde un café puede demorar 40 minutos en ser servido. Por supuesto se me hizo tarde y tuve que salir corriendo para no perder mi bus.