15/5/06 8:30 GMT-4
Aeropuerto José Martí - La Habana

Es difícil acostumbrarse al sistema. A nadie le importa si me siento en una mesa del bar del aeropuerto sólo a usar la notebook, ya que hasta el que atiende el bar es un empleado del estado. Y se nota en muchos de los cubanos que me he cruzado, se parecen mucho al arquetípico empleado estatal argentino.

Ayer, cuando terminé de escribir, me puse a charlar con el cocinero del restaurant, que me cayó muy bien. Y ya me dió un primer reporte del extraño mundo en el que viven los cubanos. Al igual que muchos de los que me crucé, parecía un tango de tantas quejas. Si es verdad lo que me contó, tenía razones para ponerse tangueril.

Ayer fue bastante duro mi primer encuentro con la ciudad. Salí a caminar y no dejaron de abordarme distintos tipos de oportunistas, me llegaron a exasperar. Primero pensaba que eran cubanos amistosos que se ponían a charlar, o gente que intentaba ofrecer una recorrida a cambio de algún peso, pero luego salía la intención real.

Apenas salí del hotel, uno se me acercó y se me puso a hablar muy amblemente, me ofreció llevarme a conocer la ciudad, luego venderme ron, puros, me ofreció chicas y cuando nada de esto resultó, me atacó por un flanco inesperado: la compasión. Me pidió si no tenía algo para regalar, y me terminó convenciendo con que le comprase un paquete de leche en polvo. Primero pensé que me había estafado un poco, pero luego ví que no: los cubanos compran -creo que por izquierda- un paquete de menos que un kilo de leche en polvo a 6 dólares.

Luego varios intentaron venderme algo, y cuando estaba tratando de comprar un sandwich y una cerveza (no fue fácil, tardaron como media hora en prepararlo!), se me puso a charlar uno, que también me hizo toda la historia y todas las ofertas. Al final, también me hizo aflojar con que le invitase algo para comer. Ya luego no quería hablar con nadie que se acercase, terminan haciendo que uno se aísle. Por lo que he visto hasta ahora, no cuidan al turista demasiado, aunque deberían: la isla está viviendo del turismo.

Luego de todo esto, me senté a sacar unas fotos, y vi unos chicos pescando sólo con tanza y anzuelo, y me acerqué a hablar. Por fin encontré gente que no quería venderme nada y estuvimos charlando un rato largo, también con dos españoles solitarios que se unieron a la charla. El mayor de los 3 cubanos, no era un chico, era marinero y me recomendó mucho ir a la Isla de la Juventud, que queda al sur.

Este marinero nos contó que la gente llega a pagar más de 300 dólares por un DVD, que se corresponde con lo que me decía el cocinero. Lo que no se puede entender es cómo juntan ese dinero, ganando u$s 10 al mes. Según el cocinero, el trabajo es sólo el lugar que usan para conseguir alguna changa que les dé el dinero real, o donde pueden quedarse con alguna mercadería, para vender luego.

Con uno de los españoles fui a comer a un lugar bastante lindo: Hanoi se llamaba. Caminando con él por la Habana Vieja, llama mucho la atención los contrastes entre alguna esquina recuperada para el turismo, y las calles comunes, donde apenas hay luz, edificios a punto de derrumbarse, gente sentada en la vereda. El español era muy crítico de muchas cosas de Cuba, pero debe gustarle mucho igual: viene todos los años.